La primera parte, con los siete primeros fragmentos de la historia, podéis encontrarla aquí.
Esta segunda parte incluye los fragmentos del octavo al décimo. Yo soy el autor del décimo :), el que viene después de los tres asteriscos. Los autores de los fragmentos ocho y
nueve son Salvador de la Puente y León Pérez respectivamente.
Me gustaría hacer hincapié en que cualquier persona puede participar en la continuación de este relato. Incluído tú. Sí, tú, el que estás leyendo ahora esto. Sal de las sombras, date a conocer. O participa de forma anónima, da lo mismo. Sólamente tienes que enviar un e-mail a la dirección que aparece al final de este otro artículo para pedir la vez.
Más información sobre esta constructiva, interesante y lúdica actividad.
Y aquí está por fin la continuación de la historia:
Caí sobre el inspector lo que al menos hizo que dejara de disparar sin ton ni son. Mis 85kg de peso lo dejaron inconsciente. Le arrebaté su arma y robé sus cartuchos. Luego miré a mi alrededor: la criatura había consumido la forma del hotel en una orgía espasmódica de convulsiones gástricas. Cada ladrillo, cada rastro de cemento había sido reemplazado por la carne del monstruo lo que me llevó a pensar, por un momento, en la vida de los infelices que se habrían visto atrapados en aquel horror.
Suficiente. La misión Orquídea no se nos había ido de las manos: se había ido literalmente al diablo y, por alguna razón que no logro comprender, se lo había traído de vuelta.
Sin tiempo que perder, me puse en cuclillas y saqué una tiza del bolsillo. Dibujé un círculo en el suelo y en su interior tracé cada símbolo e ideograma, en el sentido y el orden que se me había enseñado. Luego utilicé mi pluma para realizar una pequeña incisión en mi dedo índice y derramar algunas gotas de sangre sobre el asfalto.
Me situé dentro y murmuré palabras viejas y olvidadas que no tendría sentido transcribir aquí. Obtuve una respuesta inesperada. Un grave bramido retumbó bajo el asfalto, sin duda la criatura había advertido mi conjuro.
-- ¡Álzate Mor'tsu, pelea a mi lado!
Mor'tsu es una criatura peculiar, os la presentaré dentro de un par de líneas. Baste decir que es bastante exigente con los rituales.
-- ¡Vamos cabronazo, despierta!
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Mor'tsu, con la confianza que da el haber luchado a mi lado en más de una ocasión, realizó su trabajo (destrozar el asfalto, lanzarse a por la cosa y desmembrarla con la mayor celeridad posible) de la manera más efectiva y directa. El molesto pitido dentro de mi cabeza me recordaba que tenía otras cosas más importantes de las que preocuparme.
- ¡Agente Bermejo, responda!
El jefe en persona removía en esos instantes el interior de mi cráneo con el molesto Intercomunicador Craneal Patentado de
- Bermejo al habla.
- El caso Orquidea no puede detenerse por los caprichos de otro molesto primigenio. Es hora de actuar. Dado que darle la información en persona resulta mortal, usted deberá de ir a por la información al núcleo del problema.
-¿Otro exótico viaje con bellas mujeres y villanos de opereta donde demostrar mis dotes de elegancia y seducción acompañado de un Martini, volcado, no removido?
- No, Bermejo, algo más... especial.
El sonido de vísceras proyectadas por toda la calle juntos con los alaridos de felicidad de Mor’tsu daban por finalizada la batalla y por comenzada mi verdadera misión.
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* * *
Escarbaba. La arenilla se escurría a través de los dedos de mis guantes. Era tedioso. Tedioso como un encuentro con el inspector Mostacho. Ojalá me hubieran permitido traerme una máquina, un taladro de mano o algo así en vez de forzarme a usar las manos. En un lugar como ese ni siquiera podía invocar a uno de mis adorables amiguitos para que me ayudara en mi cometido.
Al fin noté a través de los guantes algo que no era tierra. Las minuciosas coordinadas que me había facilitado la Agencia eran correctas. Ahondé un poco más entre sus bordes y por fin pude sacar de ahí el pequeño objeto. A quién se le habría ocurrido esconderla en aquél inhóspito lugar. Observé la plateada llave a través del cristal de mi casco mientras la sostenía en alto.
Regresé a la nave y avisé a mis improvisados colaboradores de que había encontrado lo que buscaba. Me quité el molesto traje protector y me puse el esmoquin. Me despedí de esta gente, advirtiéndoles que guardaran discreción sobre este asunto y deseándoles lo mejor para su misión con la N.A.S.A., subí a mi pequeña cápsula y procedí hacia el Vaticano, mi siguiente destino, mientras echaba un último vistazo a la cara oculta.
Continuará...
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